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Las manos de Carmen

A Carmen un anuncio diferente le devolvió la esperanza. Fue en la biblioteca municipal, donde solía pasar mañanas refugiada entre libros, que lo vio colgado del tablón de anuncios de la planta baja, junto a otros tantos. Pero ese anuncio, de colores vivos, le hizo pensar que quizás había aún esperanza. “Costurero/a con experiencia en máquinas y tejidos de los años 60, con ganas de entrar a formar parte de la nueva startup barcelonina”. La primera parte del anuncio no solo la cumplía sino que la dominaba. Se había pasado su vida delante de una máquina de coser en la sala de estar de su casa, cosiendo a demanda para diferentes empresas. Bajo presión, a plazos imposibles y dejándose la vista, la espalda y las manos. La segunda parte del anuncio no lograba descifrar, pero ya le preguntaría a Carlos, su nieto de 21 años, que en más de una ocasión le había aclarado el argot de las ofertas de trabajo que encontraba y quien le había animado a abrirse un perfil en una web de búsqueda de empleo

Los sueños

Y ella, con 11 años, se durmió en una camilla de quirófano, tiritando de nervios, con su mano cogida a la de su madre. Sin entender muy bien que le estaba pasando a su cuerpo. Se le fueron cerrando los ojos, se dejó llevar por esa extraña sensación provocada por la anestesia. Flotaba, e intentaba, tal como su madre le había recomendado, dormirse pensando en algo bonito. Fue tan rápido que no notó cuando su madre le soltó la mano y se despidió de ella con un beso en la mejilla. Y empezó a soñar. Y ahí la dejó, rodeada de mujeres que cuidarían de ella durante ese rato. Que la arroparían. Rodeada de luces que le recordaban a las que veía en las películas en los camerinos, siempre muy iluminados. Focos de diferentes intensidades preparados. Con aparatos a derecha e izquierda que emiten continuamente sonidos, rítmicos y ondas de colores. Con instrumentos de diferentes formas y tamaños, colocados en orden, sobre mesas vestidas de verde. Y mientras avanzada a la sala de espera sentía