Los sueños





Y ella, con 11 años, se durmió en una camilla de quirófano, tiritando de nervios, con su mano cogida a la de su madre. Sin entender muy bien que le estaba pasando a su cuerpo. Se le fueron cerrando los ojos, se dejó llevar por esa extraña sensación provocada por la anestesia. Flotaba, e intentaba, tal como su madre le había recomendado, dormirse pensando en algo bonito. Fue tan rápido que no notó cuando su madre le soltó la mano y se despidió de ella con un beso en la mejilla. Y empezó a soñar.

Y ahí la dejó, rodeada de mujeres que cuidarían de ella durante ese rato. Que la arroparían. Rodeada de luces que le recordaban a las que veía en las películas en los camerinos, siempre muy iluminados. Focos de diferentes intensidades preparados. Con aparatos a derecha e izquierda que emiten continuamente sonidos, rítmicos y ondas de colores. Con instrumentos de diferentes formas y tamaños, colocados en orden, sobre mesas vestidas de verde. Y mientras avanzada a la sala de espera sentía como todo lo que rodeaba a su hija cobraba vida. Como una orquesta que empieza la función. Poco a poco, in crescendo, sumándose instrumentos, ritmos y voces. Todos acompasados, delicados y en ocasiones algún instrumento haciendo un solo, digno de la mayor ovación.

Y sentada en la sala de espera se dejaba llevar por esa visión, esos sonidos que su mente creaba, esas imágenes, esos actos que iban sucediéndose y que estaban a escasos metros de donde ella aguardaba.

Y se abrió la puerta y apareció la directora de la función, con una sonrisa y vestida de gala para la ocasión, verde intenso y gorro de colores, para anunciarle que la obra había sido un éxito y que en pocos minutos llegaría la protagonista a saludarla.

Sin duda, soñar es mágico.

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