Las manos de Carmen

A Carmen un anuncio diferente le devolvió la esperanza. Fue en la biblioteca municipal, donde solía pasar mañanas refugiada entre libros, que lo vio colgado del tablón de anuncios de la planta baja, junto a otros tantos. Pero ese anuncio, de colores vivos, le hizo pensar que quizás había aún esperanza. “Costurero/a con experiencia en máquinas y tejidos de los años 60, con ganas de entrar a formar parte de la nueva startup barcelonina”. La primera parte del anuncio no solo la cumplía sino que la dominaba. Se había pasado su vida delante de una máquina de coser en la sala de estar de su casa, cosiendo a demanda para diferentes empresas. Bajo presión, a plazos imposibles y dejándose la vista, la espalda y las manos. La segunda parte del anuncio no lograba descifrar, pero ya le preguntaría a Carlos, su nieto de 21 años, que en más de una ocasión le había aclarado el argot de las ofertas de trabajo que encontraba y quien le había animado a abrirse un perfil en una web de búsqueda de empleo.


Mientras en el taller se libraba una dura discusión. Mateo y Lucía, eran amigos y socios del incipiente negocio de costura que ocupaba una 5ª planta, diáfana, de una antigua fábrica de bobinas y, que ahora  habían convertido en un taller showroom del barrio con mayor proyección de la ciudad. Minimalista y moderno. Con grandes ventanales y paredes de ladrillo vista. Un open space lleno de luz, con sofás, arte moderno colgado de las inmensas paredes, y con una pecera acristalada como sala de reuniones. Una idea de negocio que poco a poco iba tomando forma y que ya había salido en algunas webs como una de las empresas con mayor proyección del año. Un taller donde con tejidos antiguos crearían diseños novedosos para el mundo del arte: cine, televisión, teatro, ópera y eventos diferentes.


Mateo, con su barba larga y recortada semanalmente por su barbero de confianza, con sus gafas de pasta y con la cabeza llena de ideas, licenciado en diseño y con una cabeza que piensa más rápido de lo que su boca y sus manos son capaces de plasmar. Lucía, licenciada en marketing y enamorada del mundo de las telas, del arte. Moderna y atrevida. Ninguno de los dos habían pasado aún la barrera de los 30. Complementarios y con ideas muy opuestas sobre el perfil que la nueva encargada del taller debía tener.

-Mateo, confía en mi instinto. Carmen es la persona que necesitamos. Tras esa apariencia frágil hay una mujer increíble. Luchadora, trabajadora, llena de ideas y de experiencia. Con las manos que necesitamos. Con el carácter adecuado para motivar a su equipo, para trabajar con plazos apretados y a la vez cuidar los detalles.

-Lucía, ya te lo dije después de conocerla en la entrevista. No creo que encaje en nuestro proyecto. Sabe coser, sí, pero para empezar  no sé si sabrá subir en el montacargas hasta el taller. Necesitamos alguien más joven, dinámico, con ideas innovadoras.

-No Mateo, para eso ya estamos nosotros. Tú eres la cabeza y el diseñador. Ella nos ayudará a aterrizar, a crearlo y sacar adelante nuestros diseños. Conoce mejor que nadie los tejidos. Ha vivido con ellos. Ha estado toda su vida con una máquina.

-No lo tengo claro Lucía, me cuesta verla en este taller…con 60 años creo que le va a ser más difícil adaptarse a un nuevo trabajo...

-Mateo, ella puede ser quien de forma a tus ideas y con quien puedas recorrer de la mano ese camino tan deseado. Dale una oportunidad. A su edad acumula experiencia, saber hacer, tranquilidad y nos va a aportar mucho más de lo que jamas te puedas imaginar.

… De esta discusión se acordó Mateo, dos años después, encima de un escenario, al dar las gracias a su equipo al recoger un Goya al mejor vestuario. Ni Carmen ni Lucía podían contener la emoción y las lágrimas sentadas en la primera fila….

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